11 enero 2007

Universitarias VIP: Cuando las prostitutas van a la universidad

Comenzaron a trabajar por necesidad y ahora dicen que lo hacen por gusto. Son jóvenes y guapas. Cobran caro y se dan lujos. Pero deben mentir en sus casas para no dejar la crema. Aunque algunas veces se sienten sobrepasadas, continúan ejerciendo el oficio más antiguo de la historia. La plata les gusta y los estudios les dejan tiempo.

En el mercado de la prostitución, mientras más joven y bella, mejor. El producto es el cuerpo, y si éste se ve bien vende más. El negocio del sexo ya no tiene exclusividad en las calles ni prostíbulos. Hace rato que dejó de ser un trabajo que se hace por necesidad extrema. Además, la buena paga es un atractivo extra. Así lo ve al menos Maricela, estudiante con un par de años de experiencia en la materia. Tiene un departamento para los servicios. Lo paga a medias con una compañera y se turnan los días. Dice que su pega es “part time” o medio tiempo, por lo que no puede desaparecer todos los días de la casa, ni dejar botadas las clases.

“Comencé a trabajar para pagarme los estudios, pero después me quedó gustando la plata. O sea, el sueldo que me hago no lo consigo ni con mi carrera”, explica Maricela, quien defiende su oficio argumentando que es un trabajo como cualquier otro y que lo ejerce por la gran cantidad de dinero que le deja y también por gusto. Maricela estudia Psicología en la Universidad de las Américas, se saca buenas notas y se paga la carrera. Eso es lo que más le gusta: su independencia económica y la posibilidad de darse todo los gustos que quiera. Eso sí, a cambio de sexo.

Hija de padres de clase media, prefiere vender placer que pedirles que le costeen los estudios. En su universidad, según cuenta, nadie tiene idea de su trabajo. Y ese es su principal temor: que la descubran. “Cada vez que un gallo me llama pienso que me puede conocer, aunque por los precios no creo que vengan estudiantes, pero sería atroz”, dice. Maricela cobra entre 50 y 100 mil pesos por sesión, dependiendo del cliente. Si le gusta a primera vista, ya tiene un descuento; ahora, si la pega es buena y el cliente se la juega, la rebaja es aún mayor.

Antes trabajaba part time en una multitienda. Ganaba diez veces menos que ahora y laboraba más del doble de tiempo. No había por donde perderse, explica: “Tenía horarios fijos. Me pagaban poco. En realidad, bien para ser estudiante; pero yo quería algo más y me metí”.Su sueldo bordea el millón y medio de pesos, con lo que obviamente puede pagar el departamento, los estudios y algo más. Aunque esas ganancias no las pueda dar a conocer en su familia, ya que ellos están convencidos de que trabaja de garzona en Providencia. “Me compro ropa, mucha ropa, tengo que estar siempre presentable para mis clientes. De buena marca, generalmente”, comenta. Además, usa perfumes de los más caros. Celulares, dos: uno para la pega y otro para la vida de estudiante.

Los horarios de trabajo son variados, hay días que le toca madrugar, como una vez que tuvo que atender a un tipo a las ocho de la mañana. Una ducha, desayuno, besos a papi y mami, los cuadernos y a juntarse con fulanito. Luego al departamento que arrienda en el sector oriente. Un buen polvo para que el cliente empiece bien el día, un rato de conversación posterapia y a clases en la ‘U’. “Mis compañeros no tienen idea, no se imaginan que cuando llego a clases ya me he ganado casi cien lucas, y menos que me he pegado un polvo”, cuenta entre risas y nervios.

Estamos sentados en el patio de su universidad. El celular le vuelve a vibrar. Es un cliente que se atiende con ella por lo menos una vez a la semana. Maricela dice que este tipo de parroquianos son como sus pacientes, que aparte de tener sexo, ella les sirve de compañía. En su consulta, como llama a su lugar de trabajo, cobra por horas y prefiere ver su oficio como el arte de solucionar problemas. Además, a sus bien vividos 24 años no está para juicios morales, asegura. “Lo que me digan me da igual. Aunque suene raro, igual me mato trabajando. Es cierto que gano plata, pero obviamente si no la hubiese necesitado nunca, ahora no la haría”, agrega.

COLEGAS

Maricela lleva tres años en la misma pega. Ahí mismo ha conocido a otras mujeres y ha hecho amistad. Entre ellas está Andrea de 21 años, morena, pelo rizado y ojos café, metro sesenta, 98-60-96, Guapísima. Practica la prostitución hace dos años. Llegó de provincia a estudiar a Santiago y la versión oficial ante familia, amigos y conocidos es que se financia los estudios de Arquitectura con un crédito bancario. “Le tuve que decir eso a mi familia. No les podía contar que de un día para otro estaba ganando plata y trabajando en qué cosa”, señala.

Las dos chicas se promocionan a través de RelaxChile.cl, un sitio web que ofrece los servicios de prostitutas de alto vuelo. Es la forma moderna de comprar sexo: vía Internet. Tal como pedir una pizza, ahora uno pide una prostituta. Son las leyes del mercado y la tecnología. “Es un servicio moderno, una especie de burdel futurista”, explica un asiduo al sitio web.

Ahora, Andrea y Maricela son íntimas. Pretenden vivir juntas, pero deben terminar de estudiar y comenzar a trabajar para poder justificar la vida que llevan. “Trabajo porque me gusta la plata. Pero en realidad quiero ejercer apenas termine de estudiar”, afirma Andrea, futura arquitecta de la Universidad Mayor. Mientras ello no ocurra, vive con unos tíos en el sector sur de la capital. Ellos creen que trabaja haciendo fotos y de promotora. Por su pinta, obvio que le creen. El auto año 2004 se supone que lo paga en cuotas. Aunque no va en él a la universidad para no levantar sospechas. “Trato de pasar lo más desapercibida posible. No me relaciono mucho con mis compañeros, no tengo problemas con nadie, pero trato de no hacer muchas amistades”, agrega.

Tener que vivir medio a escondidas es la rutina de estas chicas. No mucha vida social.

Ese es el costo para ellas. Por eso se juntan bastante entre colegas. Nada de explicaciones ni preguntas incómodas. Por el momento, es mejor ser una estudiante fantasma. Igual, algunas veces, según Maricela, han participado de carretes y fiestas de curso. “En una de esas fiestas fue donde conocí a mi pololo”. La primera noche sólo hubo besos. Luego se juntaron en el departamento-consulta que ella comparte con Andrea. Para no levantar sospechas, le dijo al que hoy es su pareja que una amiga se lo había prestado mientras estaba de viaje. Es un lugar amplio, de un ambiente, con grandes ventanas y mucha luz. Tiene una cama y un rincón con televisión y radio. Lo trató como al mejor cliente. Como a un “rey”, dice entre risas. Pero lo ve poco. Trata de que la relación no sea seria para no comprometerse mucho y tener que dar explicaciones. Por el momento, tiene la cabeza en otro lado: trabajar y sacar adelante los ramos.

CLIENTES PUDIENTES

Si el servicio sale entre 50 y 100 mil pesos por sesión, obviamente es un servicio exclusivo. “Son chicas VIP de verdad, como la de las películas, pero ciento por ciento reales”, comenta el administrador de la página RelaxChile.cl.

Por los precios y las características del sistema, los que hacen uso de este servicio son personas de ingresos altos. “Cien mil pesos son casi un sueldo mínimo; para gastarlos en un polvo, seguro que hay que tener algún ahorrito”, dice Andrea.

Por eso se da el lujo de elegir con quién se mete. Los cita justo en un restaurante que da enfrente de su ventana. Así los mira y decide. Si se ve muy roñoso, misterioso o con algún indicio raro, simplemente no contesta o apaga el teléfono. Prefiere ser precavida antes que pasar un susto, como le ocurrió a Maricela. Hace un año, en el mismo lugar, un tipo de unos 40 años intentó golpearla. “Se notaba que el gallo tenía plata. Pero estaba furioso. Me trató de pegar pero me escapé”, recuerda Maricela.

Hoy en día, Andrea atiende en promedio a 20 clientes mensualmente. Desde políticos a futbolistas que confían en su discreción, requisito fundamental para ejercer este trabajo, explica. “Es casi un pacto que se establece con el de turno. Si se portan bien, se repite. Más platita y cero problemas”.

Ella atiende fijo lunes, miércoles y viernes. Maricela se lleva los martes, jueves y sábados. El domingo ambas descansan y atienden su vida privada. Igual el teléfono está siempre encendido. Si es un cliente frecuente, lo atienden. Ellos saben los días de trabajo y si requieren la compañía de las muchachas fuera de horario están obligados a pagar extra.

Lo mismo pasa cuando es día de clases. A Maricela le ha pasado que la llaman cuando está entre dos cursos. “Si el tipo tiene la suerte de que tengo una hora libre, voy sin problemas. Pero si tengo clases le digo que estoy ocupada, que si es urgente me tiene que pagar cincuenta por ciento más”. Así van llenándose los bolsillos. Pueden pagar más que la universidad y hasta se dan lujos, pero el costo es alto. Si un compañero de la ‘U’ las descubre, “más de seguro que se te tira encima”, dicen ambas.

Sin embargo, les da lo mismo. Lo que empezó como un supuesto trabajo para ayudar con los pagos de la universidad, ahora parece un vicio. Saben que al finalizar la carrera será difícil que ganen las abultadas sumas que consiguen con su trabajo part time. Por eso trabajan duro y profesionalmente. Se hacen exámenes de sida periódicamente y siempre tienen relaciones sexuales con preservativo. Nunca sin. Les han llegado a ofrecer cinco veces lo que cobran por no usarlo, pero ni lo piensan.

Así viven y enfrentan su pega. No se amarran a prejuicios y asumen los costos. Harta plata, mucha, pero poca vida social, poco tiempo para la familia y constantes mentiras. No lo “pueden” dejar porque se han acostumbrado al nivel de vida. “Ojalá que pueda salirme de esto cuando deje de estudiar. Ya no voy a necesitar tanta plata, espero”, dice Maricela riéndose; “de lo contrario, va a estar difícil, porque ya llevo bastante tiempo viviendo así y no me gustaría cambiar mucho”.

Ya se les ha pasado la hora y deben partir. Andrea tiene clases de Autocad y es el ramo en el que está más complicada, por lo que no transa por nada. Mientras Maricela se apronta a una ducha para recibir después al cliente que le ha llamado más de diez veces en el día. “Ya, de vuelta a la pega, me tengo que preparar, y ojalá sea rápido, porque esta semana tengo prueba y no he estudiado nada”, comenta mientras se despide.

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